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La Bitácora del Dr. Ucha

Empleo de intervenciones psicológicas II

Empleo de intervenciones psicológicas II

El autor de este post encuestó a siete psicólogos del deporte cubanos sobre cuáles eran las intervenciones que, a juicio de ellos, eran preferibles para la preparación mental de los deportistas. Las respuestas que se hallaron fueron:

Visualización

Persuasión

Establecimiento de Metas y Relajación

Técnicas respiratorias.

En ambas encuesta se observa que hay diferencias en el orden de jerarquía que se le adjudica a cada intervención, siendo desigual en los autores entrevistados.

Como tendencia estas diferencias pueden llevar a pensar que se producen tanto efectos positivos como negativos con una técnica u otra, de este modo, cabe opinar, también, que otros factores más allá de las técnicas parecen incidir en el impacto que se ejerce sobre el deportista.

Si la propensión a usar una técnica es investigada se encuentran, igualmente, resultados polémicos. Por ejemplo, J. M. Buceta (1999) afirma, de acuerdo con sus experiencias, que un método totalmente eficaz de intervención es el refuerzo positivo.

Sin embargo, una revisión realizada por  H. Valdés Casal, (1996) sobre las investigaciones dedicadas al estudio de la  retroalimentación positiva, arrojó resultados diferentes a los expuestos por J. M. Buceta. En los trabajos de T. Horn (1987), se encontraron conclusiones que expresan: "Más que la cantidad de retroalimentación positiva y negativa, lo significativo es que sea contingente a la obtención de una meta apropiada al nivel de ejecución logrado y a las atribuciones del deportista en relación con el control personal de su realización".

T. Horn (1985) mostró cómo aquellos que fueron o no reforzados verbalmente con frecuencia por el entrenador puntearon más bajo en la auto evaluación de la propia maestría que aquellos que fueron frecuentemente criticados. En realidad el criticismo fue contingente con la buena ejecución real y no así el refuerzo positivo.

H. Valdes, (1996) arguye que T. Horn y C. Hasbrook (1987) en un estudio con deportistas de 10 a 14 años hallaron que los niños que se perciben competentes y tienen un sentido de control interno identifican el incremento de sus habilidades y la comparación con sus compañeros como las fuentes preferidas de información. Los que puntean bajos en dichas características utilizan más la evaluación de sus padres y maestros.

De esta forma, se puede analizar que no existen conclusiones absolutas sobre el refuerzo positivo, de igual forma, ocurre en la literatura científica con otras técnicas de intervención.

Como se puede analizar existe una gran complejidad en los mecanismos psicológicos que se ponen en juego fruto de la aplicación de una técnica, a veces, el sentido común nos lleva a formar una opinión respecto al tema y la investigación rigurosa nos muestra que resulta más complicado el fenómeno en análisis.

En esta misma dirección, meta estudios realizados  sobre las  técnicas de intervención psicológica por: M. L. Smith, G. V. Glass, y T. I. Miller, (1980), J. T. Landman, y R. M. Dawes, (1982), M. J. Lambert, (1983), T. B. Karasu, (1986), E. A. Gómez. (1991), F. González Rey (1997), exponen que el éxito no depende de las intervenciones, sino de la comunicación establecida, las características de las personas involucradas en la intervención, en este caso el deportista y el psicólogo, así como, la pericia del psicólogo para efectuar su labor.

De modo que es necesario significar la importancia que tiene la personalidad del psicólogo y las características del deportista.

Si la relación deportista-psicólogo se define como una relación interpersonal, es lógico considerar y estudiar en forma sistemática las características personales del psicólogo, tales como:

  • La capacidad de persuasión.
  • La empatía.
  • El calor humano.
  • La autenticidad.

Estas son características que juegan un papel trascendental en los resultados de la intervención psicológica.

Durante 14 años, el autor de este trabajo, estuvo de jefe de un departamento de Psicología del Deporte, experiencia en la que se formó la opinión que los psicólogos del deporte que poseen las cualidades, antes señaladas, en forma consistente tienden a obtener mejores resultados que aquellos que no las poseen.

La experiencia en este campo tiende a confirmar que psicólogos, con pocos recursos y habilidades personales, tienen más dificultades que los psicólogos que no se caracterizan por estas limitaciones.

A. Gómez (1991), enfatiza que el psicólogo que no se considera perfecto, pero que demuestra franqueza y estabilidad ante las actitudes y emociones del cliente puede actuar con una mayor libertad en sus relaciones y tener una mayor aceptación, en contraste, el psicólogo que mantiene distancia y no muestra señales emocionales o afectivas hacia la condición del cliente  tiende a errar más que a acertar.

Con relación a esto, cuando el psicólogo no experimenta sentido de bienestar y ecuanimidad, su trabajo como psicólogo sufre. Si el material que presentan las circunstancias en que se encuentra el deportista o el entrenador despiertan en el psicólogo conflictos emocionales que lo absorben completamente y lo distraen de la tarea de entender y ayudar al deportista y al entrenador, el resultado de la preparación psicológica puede ser deficiente.

Por tanto, es importante que el psicólogo esté relativamente libre de conflictos personales para que sea capaz de implementar o cambiar tácticas y estrategias cuando éstas están indicadas.

En suma, la salud mental del psicólogo y su poder de persuasión están entre los factores más consistentemente requeridos para hacer el trabajo con eficacia y eficiencia.

La empatía, la autenticidad y el calor humano son los primeros factores identificados por los investigadores anteriormente citados.

La flexibilidad del psicólogo, su honestidad, su habilidad para calmar la ansiedad básica y su sentido de buen humor son características primordiales.

Al respecto, E. H. Erickson (1968), señala que la hipnosis "per se" no hace daño, lo que hace daño es la personalidad del terapeuta.

En este sentido, E. H. Erickson (1964) comparte con S. Freud (1953) la creencia que la personalidad del terapeuta es un factor fundamental.

Tradicionalmente, desde otro enfoque, los teóricos de la psicología cognitiva, tratan de disminuir el rol de la personalidad del psicólogo.

Sin embargo, en la práctica estos mismos autores siempre demuestran lo opuesto, por muestra, R. S. Lazarus, (1966) recurre en su actividad como psicoterapeuta la empatía, el rapport y la identificación con el cliente en forma consistente.

Las características del deportista, también, deben ser tomadas en consideración para establecer un pronóstico favorable de su respuesta a los procedimientos de intervención.

Una de las tentaciones más peligrosas para el psicólogo y el entrenador está en pensar que todos pueden llegar a modificar sus actitudes y erradicar sus dificultades en el Deporte.

En nuestra experiencia, para pronosticar un proceso aceptable en el desempeño de las intervenciones, se requiere al menos, que el deportista presente las cualidades siguientes:

•1.  Grado de Educación.

•2.  Responsabilidad personal y social.

•3.  Capacidad para tomar relaciones interpersonales.

•4.  Motivación para cambiar.

En general, los deportistas que brindan su aceptación al trabajo de los psicólogos tienen características más o menos comunes. Entre ellas, grado de educación y capacidad intelectual. Los deportistas que tienen una buena capacidad para la comunicación verbal, para establecer una relación interpersonal íntima, y se singularizan por una orientación psicológica y capacidad para la auto observación.

Los deportistas que se identifican por poseer un cierto grado responsabilidad personal, social, y motivación para cambiar, son los que alcanzan mejores resultados en los procedimientos de intervención.

Considerando los beneficios y riesgos potenciales que se presentan en todo intento de integración psicólogo-deportista, a nuestro modo de ver, lo más importante son la calidad de la interrelación psicólogo-deportista y la personalidad de los participantes.

A pesar de conjugar las particularidades señaladas para el psicólogo y el deportista otros factores deben tenerse en consideración para llevar a cabo las intervenciones psicológicas, entre los que tenemos:

Las características del deporte.

El estilo de dirección del entrenador.

Las condiciones de trabajo para el psicólogo.

Las características del deporte establecen ciertas urgencias al tipo de intervención que se realiza, por señalar algún ejemplo, los deportes de arte competitivo con elevadas exigencias a la coordinación motora reclaman más de procesos de concentración de la atención óptimos, programas adecuados de la imagen mental del movimiento, un grado determinado de activación y ansiedad que los deportes de resistencia donde el empleo del potencial energético del deportista y la tolerancia al cansancio y la monotonía lo constituye casi todo.

Entonces, en cada caso, existe una variedad de técnicas de intervención para prepara al deportista de acuerdo con los requerimientos específicos del deporte que práctica.

El estilo de dirección del entrenador, también, tiene una gran trascendencia ya que la mayoría de las intervenciones psicológicas, entre ellas el entrenamiento mental se desarrolla en las condiciones de ejercitación en el campo deportivo, donde el apoyo del entrenador resulta esencial.

El mejor programa de entrenamiento psicológico no servirá para algo si actuamos aislado del entrenador y su grupo de apoyo. Ello es así, como señala G. Pérez Recio, (1992) por razón principalmente de la pérdida de información resultante.

El psicólogo debe conocer entre otras cuestiones, cuál es el grado de entrenamiento del deportista. Ninguna intervención psicológica puede suplir los resultados del entrenamiento deportivo. Un deportista mal entrenado o que no logra por medio del mismo el desarrollo de sus capacidades deportivas no encontrará en la Psicología del Deporte una solución a sus insuficiencias y debilidades.

De manera que si trabajamos únicamente con el deportista obtendremos una información muy sesgada; si podemos incluir nuestra observación del entrenamiento y la competición la cosa mejorará un poco y si podemos tener intercambios de información regulares con el preparador físico, médico, fisioterapeuta, y especialmente con el entrenador ganaremos mucho en la información relevante de que dispondremos.

Esto es válido tanto para la evaluación y diseño del programa, como para los avances y eficacia del entrenamiento.

Parte del éxito del psicólogo en sus relaciones con los entrenadores depende de un adecuado encuadre de la tarea y de que el psicólogo brinde las respuestas que le son solicitadas.

A pesar de estas medidas hay entrenadores que no permiten llevar a cabo el trabajo de la forma planificada debido a sus propias características de personalidad y tener un desempeño exitoso con sus deportistas resulta de una moderación particular de estos casos.

La mayoría de los entrenadores con los que se tiene la posibilidad de realizar intervenciones hasta sus últimas consecuencias se caracterizan por:

Haber logrado de forma estable éxitos con sus deportistas.

Están acostumbrados a trabajar con profesionales que apoyan la Teoría y Metodología del Entrenamiento, por norma, médicos, fisioterapeutas, nutricionistas, biomecánicos y otros.

Tienen respuestas socializadas a su agresividad frente a los fracasos y la frustración.

Es necesario conjugar todo lo señalado anteriormente para elegir el tipo de intervención a realizar. Para lo cual, se recomienda en el momento de seleccionar la intervención considerar lo siguiente:

  • Nivel de empatía logrado con el deportista.
  • Características generales de su personalidad.
  • La urgencia de reducción de un estado emocional actual muy intenso.
  • Hipótesis general que nos planteamos con nuestra intervención.

A estos factores, le siguen un conjunto de circunstancias que es de primera importancia tenerlas en cuenta, tales como:

•1.  Actitud del deportista hacia el método.

•2.  Éxitos alcanzados en ocasión de haberla utilizado.

•3.  Control de la efectividad.

•4.  Objetivos que se persiguen.

•5.  Complemento de un método a otro.

Con referencia a la actitud hacia el método es imprescindible conocer las opiniones del deportista.

Gran parte de los cambios que se obtengan se relacionan con la disposición del deportista hacia la técnica de intervención. Por norma, están quienes estiman que los métodos de relajación no se avienen a su temperamento y forma de comportarse, entonces el psicólogo puede elegir otras variantes.

Existen excelentes sistemas de intervención psicológica que en la práctica muestran un alto valor para diferentes fines en el deporte, sin embargo, las creencias, prejuicios y hasta la cosmovisión del deportista pueden desechar su empleo. Por muestra, algunas de las técnicas para lograr una correcta regulación de las emociones se relacionan con la práctica de la meditación y hay deportistas que con sólo pronunciar esta palabra estiman que se encuentran en un campo donde reina la superchería.

El psicólogo siempre debe tener en cuenta las formas espontáneas y empíricas que el deportista utiliza para lograr el control de su mente, y a la vez, debe de respetar las mismas aun cuando no están certificadas dentro de la práctica  psicológica. Por ejemplo, todos conocemos de la influencia nefasta del pensamiento negativo antes de una competencia, si bien, hay deportistas que plantean que ellos piensan que todo les resultará mal para lograr que todo les marche bien.

Con este enfoque de enfrentamiento al estrés de la competencia estiman que les va bien.

El psicólogo debe saber llevar al deportista desde esa actitud errónea de pensar en negativo, a la que demuestran los estudios y experiencias que resulta más conveniente.

Otro aspecto de relevancia es conocer los progresos que tiene el deportista como resultado de la intervención sobre el deportista resulta de interés.

Ante todo, recordemos que el psicólogo no está involucrado con el éxito en la competencia o la realización personal del deportista dentro del entrenamiento deportivo, sino que esta tratando de garantizar que el deportista pueda encontrarse en un estado óptimo desde el ángulo psicológico y, con ello, sea atraído a hacer uso de todo su potencial o al menos mantener un estándar de rendimiento con una determinada estabilidad y continúe la dirección de desarrollo progresivo dentro de la actividad deportiva que realiza.

Por tanto, los resultados deportivos no son un indicador de la eficiencia y eficacia de la aplicación de las intervenciones.

La necesidad de valorar que repercusión tuvo sobre el deportista las intervenciones psicológicas es de un significado especial y que no debe ser analizado a la ligera, a tal punto que requiere una exposición amplia que se expone a continuación.

Casi siempre los entrenadores y otros especialistas del deporte insisten en tener la información acerca de cuanto influyó el trabajo psicológico en los resultados deportivos y si es posible que se exprese sus consecuencias en términos de por ciento. ¿En qué por ciento influye la preparación mental para el logro de los resultados?. Ya hablamos de que el trabajo del psicólogo no debe vincularse a la posible victoria del deportista.

También, están quienes en la victoria deportiva no recuerdan los compromisos o la posible incidencia de la labor psicológica en los beneficios que pudo reportar la buena presencia psíquica de los deportistas.

No deja de resultar muy generalizado que cuando el deportista sufre de una derrota se achaque a lo psicológico las causas de ocurrencia.

Ante estas circunstancias es provechoso tener ciertos controles para poder determinar en qué la intervención psicológica tuvo un efecto y en qué no.

Por ello, es aconsejable que se tenga una tasa inicial de los atributos que nos proponemos formar, desarrollar o modificar por medio de las intervenciones psicológicas.

Hay muchas cualidades indeseables que es factible medir o valorar, a veces, hasta por medio de escalas nominales. Pongo de ejemplo, el grado de ansiedad rasgo o ansiedad estado, la cantidad de fallos o errores que se cometen al ejecutar determinadas acciones, o el grado de disposición para llevar a cabo una tarea o el entrenamiento o competencia.

Las tasas iniciales deben ser registradas y guardadas. El entrenador puede tener una determinada acción en su ponderación o en el perfeccionamiento y objetividad de los valores que se fijan a cada aspecto. Los valores pueden tener su origen en la aplicación del psicodiagnóstico u otros de los métodos de investigación de la Psicología del Deporte.

Entonces, se procede a la intervención psicológica y posterior a la misma se vuelve a realizar el mismo procedimiento de valoración referido al inicio en relación con los atributos o cualidades que formaban parte del motivo de intervención y siendo así, podremos tener un resultado de la eficacia y eficiencia del trabajo psicológico con el deportista.

Existe un conjunto de procedimiento de evaluación de los efectos de la intervención psicológica, entre los que se encuentran:

  • Cumplimiento del plan.
  • Auto informe de cumplimiento y eficacia del deportista.
  • Opinión de los entrenadores sobre los resultados de la intervención.
  • Empleo de cuestionarios y tests. De ellos:
  • - Relajación: GSR. Auto valoración de la efectividad de las sesiones.
  • - Test de Visualización de, G. Roberts. Auto registro de efectividad en la claridad y el control de las imágenes.
  • - Entrenamiento de la atención. Test de tachado de, Tolouse - Pieron.
  • - Entrenamiento psicológico. Cuestionarios de, T. Orlick (1986) y B. Rushall. (1995).

Estos últimos, son algunos de los cuestionarios que recogen las vivencias acerca de la modificación de las habilidades del deportista fruto del proceso de intervención.

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